dimecres, 20 de febrer del 2019

LUNA DESPISTADA


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Es de noche y ya sale la luna con su forma más moruna.

El lobo, aullando, le dice:

-Gracias por estar ahí, así de noche puedo salir.

-¡Mmmm, qué bonito! -dice la luna- estar aquí es una fortuna.

El mar, con el reflejo de la luna en su vientre, le comenta:

-Gracias por tu tiempo, así me pongo en movimiento.
-¡Hay que ver!, si para mi es un placer.

El búho, con sus enormes ojos, ulula:

-Gracias luna por iluminarme, de esta forma puedo orientarme.

-¡Oh, no me hagas sonrojar!, si a mi me encanta ayudar.

La niña, desde la ventana, agradece:

-Gracias por existir, contigo sé cuándo ir a dormir.

-¡Ay, por favor, si lo hago con todo mi amor!.

La luz del sol va amaneciendo y aparece él con cara de alegría.

-¡Pero Luna! ¿Qué haces aquí? ¡Deberías ir a dormir!

-¡Ay!, estoy tan agradecida y emocionada que me he convertido en la luna despistada.

FILOMENA

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Filomena tiene siete años. Al nacer, a Filomena le pusieron dos flores en las orejas. Todos los días la envolvían entre algodones rosas. Cuando tenía un año le regalaron un collar con corazones fucsias que le apretaba un poco el cuello. Cuando cumplió dos años, le regalaron una tiara de princesa. Filomena pensó que era bonita, pero ella no quería llevar nada en la cabeza porque le pesaba un poco. En la fiesta de su tercer cumpleaños, le pusieron unas pulseras moradas con purpurina y unos tacones con plumas con los que tenía que ir muy despacio con cuidado de no caer. Cuando iba a cumplir cuatro años, sus tíos le llevaron diez muñecas estupendas que a Filomena no le cabían en las manos. Pero eso no fue nada comparado con el super regalo que le hicieron al cumplir los cinco: Una falda con lentejuelas y luces de neón. Filomena se sentía desbordada con tantas cosas. Estaba agradecida, pero empezaba a cansarse. En la fiesta de sus seis años, Filomena recibió un bolso dorado con mariposas, una chaqueta violeta con puntillas, más flores para sus orejas, más tiaras, más collares, más faldas… Y ahí fue cuando empezó a enfadarse de verdad. Salió de casa hecha una furia, se arrancó las flores de las orejas, se quitó el collar y vio que podía gritar y vocear. Lanzó la tiara al aire y vio que su cabeza era más alta de lo que pensaba. Pateó los tacones y se puso a correr por la hierba, tiró las muñecas estupendas al aire y estiró los brazos para ver cuan alto podía llegar. Se arrancó las faldas, los bolsos y las puntillas. Y, cuando se vio liberada de todos los cachibaches, se acostó en el suelo para poder pensar.
Filomena decidió que no quería flores en su cabeza, que sí quería un collar, pero de color rojo amapola. Que quería luces de neón, pero en unos pantalones. Que en lugar de coleccionar muñecas, quería coleccionar minerales y cuando se comprara zapatos, lo haría sin tacones para poder correr.

Y así fue como Filomena decidió quién era y qué quería.

dimarts, 19 de febrer del 2019

BOLITA DE LUZ


BOLITA DE LUZ
 
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Hace muchos años, cuando las piedras todavía hablaban, había una bolita de luz que siempre seguía su camino junto con sus compañeras. Salían del sol, iluminaban, calentaban, derretían… Hacían todo lo que hacen las bolitas de luz.
Más allá, se veía a todas las gotas de agua siguiendo también su camino. La bolita de luz las observaba todos los días. Subían como vapor, caían de las nubes, fluían por ríos y océanos y volvían a subir. La bolita deseaba con toda su luz poder seguir ese camino, pero ya se encargaban las demás bolitas de decirle que eso no era posible:

—¡No digas tonterías! ¿Cómo vas a seguir el camino de las gotas de agua? Eres una partícula de luz y tienes que aceptar tu camino. 

La bolita se ponía triste cuando le decían eso, pero pensaba que algún día seguiría a esas gotas de agua y haría su camino.

—”¿Por qué no puedo seguir un camino diferente si no molesto a nadie?” —se preguntaba una y otra vez la bolita.

Hasta que un día, cansada ya de soñar, cambió de dirección y puso rumbo hacia las gotas de agua. Por el camino se perdió, le regañaron, tropezó… Pero ella seguía flotando hacia las gotas de agua porque era lo que más quería en el mundo. Por fin llegó al flujo de las gotas de agua y, cuando se unió a ellas, apareció un gran arco lleno de colores.

Así fue como nació el arcoiris. Cuando una pequeña bolita de luz decidió cambiar su camino haciendo aparecer un arco lleno de ilusiones y superación.
























dilluns, 21 de gener del 2019

Fino Finito


Raúl tiene miedo de irse a dormir. Está seguro de que debajo de su cama hay un monstruo. Todas las noches le pide a su madre que se quede hasta que él se haya dormido y su mamá siempre se queda a su lado hasta que Raúl cierra los ojos. Pero algunas noches se despierta en medio de la oscuridad y oye ruidos debajo de su cama. Una respiración fuerte y algo como moviéndose.
Esta noche es diferente. Raúl está subiendo las escaleras que llevan a su habitación y tiene más
miedo que nunca. No puede respirar bien y tiene muchas ganas de llorar. Su madre duerme fuera de
casa por trabajo y su abuela le ha dicho que se tiene que dormir solo, que ya es mayor.
Ya ha llegado a su puerta. La abre lentamente y no puede ver casi nada de tan oscuro que está.
Va corriendo hacia la cama y da un salto para subirse. No quiere estar ahí de pie mucho rato a ver si
el monstruo va a sacar una garra y le va a atrapar.
Se tapa hasta la nariz con las mantas. El corazón le late muy rápido. Está todo muy silencioso y a lo
lejos se oye un poco el televisor que está viendo la abuela.
De repente, oye una respiración debajo de la cama. Raúl se asusta tanto que cierra los ojos muy
fuerte a ver si así para el ruido. Pero no. Ahora lo oye más fuerte y, además, algo se mueve debajo
de él.
Raúl piensa que quizás mirando debajo de la cama y viendo que no hay nada, se puede quedar
tranquilo y dormirse. Así es que, muy despacito, se destapa y empieza a agachar la cabeza debajo
de la cama. Nada más apartar la sábana que cuelga, se encuentra de cara con unos abominables
ojos amarillos que le miran con cara de sorpresa. Raúl se aparta rápidamente y vuelve a taparse con
las sábanas. Ahora tiembla de miedo. Su plan no ha funcionado. Ha sido mucho peor, ahora sabe
que sí hay un monstruo debajo de su cama. Y lo peor, el monstruo le ha visto a él.


El monstruo se mueve más ahora. Levanta la cama un poco y vuelve a caer. Raúl está aterrado. Y
se queda paralizado cuando escucha una voz finita, finita como de una bebé decirle:


-Shhhh, ¡oye, eh! ¡Asómate!


Raúl está alucinado. No sabe si reír o llorar. Piensa que será mejor hacerle caso, aunque con esa
vocecilla de duende que tiene el monstruo, ahora le da menos miedo. Se asoma nuevamente.


-¿Q, q, queeé?- le dice Raúl temblando un poco.
-¿Puedes ayudarme a salir?- otra vez esa voz finita.


Raúl ha visto un poco más del monstruo y no se encuentra mejor… Tiene una cabeza enorme y
peluda y los agujeros de su nariz son como dos cuevas tenebrosas. Baja de la cama y se vuelve a
asomar. El monstruo le enseña las manazas y le pone cara de pena para que tire de él.
Raúl le coge las garras peludas, calientes y pegajosas y empieza a tirar de él. La cama se mueve
encima del monstruo, y no consigue sacarlo por mucha fuerza que haga.


-¿Puedes levantar un poco la cama, por favor?- le dice el monstruo con su voz de hada.


A Raúl le entra la risa pero se aguanta. No quiere hacerle enfadar. Con todas sus fuerzas, levanta
un poco la cama y el monstruo empieza a revolverse. Saca media cabeza, pero se queda atascado.
Se gira y empieza a sacar unas patas enormes como dos troncos. Tampoco puede salir. Raúl se
está quedando sin fuerzas por el peso de la cama y por la risa que se está aguantando.
Finalmente, con un fuerte movimiento, el monstruo logra sacar su cuerpazo y Raúl suelta la cama de
golpe. El monstruo es increíblemente grande. Normal que no pudiera salir. Pero verlo allí todo enorme con las pelusillas de polvo por la cara hace que Raúl empiece a reírse todo lo que había aguantado.


-¡Jajajajajajaja!


El monstruo se rasca la cabeza un poco avergonzado.


-¿No te doy miedo?- dice con su voz de niño.
-¡Jajajajajajajaja!- sigue riéndose Raúl -es queee, ¡jajajajaja!, ¡es que tienes una voz muy fina!.
El monstruo se pone colorado y sonríe un poco.


-Bueno… Siempre he hablado así… Yo he crecido, pero mi voz se ha quedado finita. Me llamo Fino
Finito.


Raúl se parte de risa, no puede aguantarlo más.


-Vaya…- dice secándose las lágrimas -y pensar que hasta hace un momento eras mi peor pesadilla…
-Bueno, a eso suelo venir- le dice el monstruo -pero jamás he podido salir de esa maldita cama.
Todas las noches me quedo atrapado.


Raúl cree que ya no puede reírse más. Le duele la tripa y los ojos le lloran.


-¡Ay, Fino! Miedo ya no me das, pero me has alegrado el rato.
-Bueno, no debería ser así, pero me alegro de todas formas- contesta Fino.
-Y ahora, ¿Qué hacemos?- le pregunta Raúl.
-Pues yo debería asustarte y tú pasar mucho miedo. Pero todo ha salido mal… Para un día que
puedo salir de debajo de la cama…
-Tranquilo, Fino. Me has hecho pasar mucho miedo todos los días hasta hoy. Has hecho bien tu
trabajo.
-¿De verdad?- dice Fino entusiasmado.
-¡Vaya que sí! Todas las noches muerto de miedo por tu horrible respiración y tus terroríficos ruidos.
-¡Pues parece que sí lo he hecho bien! Pero, ahora… ya no tiene gracia que venga a asustarte…
-¡Pero hay muchos más niños y muchas más camas! Búscate una cama bien alta para poder salir
bien y verás qué sustos das.
-Vale. Ha sido un placer hablar contigo- contesta Fino contento.
-Igualmente, Fino. Espero que des muchos sustos, pero no te pases.
-¡Jeje! Está bien, intentaré dar sustos pequeños.


Fino se va hacia la puerta de la habitación y le dice adiós a Raúl con la mano. Antes de salir, Raúl
le dice:


-Ah, Fino. Mejor será que no hables para dar el susto si quieres que te salga bien. ¡Jajajajaja!

Fine sonríe y desaparece. Raúl se acomoda en la cama todavía sonriendo y pensando que, a partir
de ahora, ya no pasará miedo cuando piense en los bajos de su cama. Desde hoy, sólo podrá sonreír
pensando en ese monstruo horrible y bonachón con voz de flauta.

diumenge, 20 de gener del 2019

¡MEC, PIN!



En el bosque de los cantares hay dos árboles juntos. El más pequeño está llenito de flores blancas.
El grande tiene muchas hojas naranjas. En el pequeño viven dos pájaros verdes que cuando cantan
dicen “¡Pin!”. En el grande viven muchos más pájaros. Son de color amarillo, pero cuando cantan
ellos dicen “¡Mec!”.
Todos los pájaros, los verdes y los amarillos, tienen un poder muy especial. Los amarillos, cuando
cantan “¡Mec!”, hacen que salgan hojas en sus árboles y por eso cantan todos los días, porque sus
casas siempre están vestidas de hojas nuevas. Y, ¿Qué pasa cuando los dos pájaros del árbol
pequeño cantan “¡Pin!”? Pues que salen las flores blancas. Y cantan también siempre para tener su
árbol lleno de flores.
Pero claro, entre ellos no se suelen entender y, por eso, no cambian de árbol nunca.


Aunque hoy, se ha acercado un pájaro amarillo muy curioso al árbol pequeño. Quiere que en su árbol
también salgan flores.  


-¡Mec! -les ha dicho a los dos pájaros verdes.
-¡Pin! -le han contestado.


El pájaro amarillo ha girado su cabecita porque no ha entendido bien. Y les ha vuelto a repetir:


-¡Mec!


Y los otros dos les han contestado:


-¡Pin!


El pájaro amarillo sigue sin entender, pero quiere aprender a cantar “¡Pin!” como sus vecinos.


Después de un rato, mientras en el árbol pequeño siguen los tres pájaros cantando “¡Pin!” y “¡Mec!”,
uno de los pájaros verdes empieza a saltar de alegría al ver que en su árbol pequeño han empezado
a salir hojas. El pájaro amarillo las ha creado con su cantar y se ponen todos muy contentos. Tan
felices están, que ya no saben ni lo que están cantando:


-¡Pin! -dice el pájaro amarillo.
- ¡Mec! -contestan los verdes.


Se quedan muy quietos. Están sorprendidos. ¡Los pajarillos verdes ya saben cantar “¡Mec!” y el
amarillo “¡Pin!”! Así que cantan y cantan emocionados porque ahora saben cantar de las dos formas.


-¡Pin!, ¡Mec!, ¡Pin!, ¡Mec!, ¡Pin!, ¡Mec! -gritan contentísimos.


Tan contentos están que no se dan cuenta que en el árbol pequeño han empezado a salir frutos de
todos los colores. ¡Qué bonito está el árbol pequeño!


Los vecinos del árbol grande también están emocionados. ¡El árbol pequeño lleno de flores, hojas y
frutos es precioso!


-¡Mec!, ¡Mec!, ¡Mec! -cantan los pájaros amarillos.


Y el pajarillo que había ido a visitar el árbol pequeño, vuelve con sus hermanos cantando muy fuerte
“¡Pin!, ¡Mec!, ¡Pin!, ¡Mec!”.
Los pájaros del árbol grande lo celebran con su hermano “¡Mec!, ¡Mec!, ¡Mec!”


-¡Pin!, ¡Pin!, ¡Pin! -les dice el pequeño para que ellos lo aprendan también.
Y con los “¡Pin!” que está cantando el pajarillo, empiezan a salir flores en el árbol grande.


¡Qué contentos están todos! ¡Ahora el árbol grande también tiene flores! Y cuando, después de un
rato, los algunos pájaros amarillos ya saben cantar “¡Pin!”, en el árbol grande se puede oír “¡Pin!,
¡Mec!, ¡Pin!, ¡Mec!”

Y ¿cómo está el árbol grande ahora? Pues repleto de hojas, flores y frutos multicolor.

dimecres, 2 de gener del 2019

LA PRINCESITA PERDIDA Cuento de hadas a partir de 10 años

LA PRINCESITA PERDIDA


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Hace muchos años, en una pequeña aldea del reino de Lanón vivía una muchacha llamada Dalia. Lo que más le gustaba a la joven era escuchar las historias que contaba su abuelita al calor del hogar. Se sentaba a los pies de la mecedora y se dejaba llevar por las historias de magos, guerreras, príncipes y princesas. Pero la historia que más hechizaba a Dalia era la de la princesita perdida.

Según su abuela, hacía algunos años, el reino de Lanón estaba gobernado por otra familia. La única descendiente de ese linaje era una niñita de seis años. Todos los que la conocían sabían que poseía una inteligencia sorprendente. Pero de poco le servía para poder sanar el dolor de su corazón. Los reyes, sus padres, habían fallecido hacía poco y ella se sentía triste y muy sola. Tenía criados que la atendían y una nana que hacía lo posible por alegrarla, pero nada podía hacerla recuperar la felicidad que, antes de su desgracia, había sentido junto a sus padres.
Poco después, el temido conde Oslar amenazó al reino de Lanón con su conquista. La pobre princesita, desesperada por la situación y sin fuerzas para enfrentarse a tales problemas, abandonó palacio una noche de luna llena. La última persona que la vio fue una campesina que aseguraba que la princesita no sólo estaba perdida en su propio reino sino que ni siquiera sabía quién era ella misma. Desde ese momento, nunca más se le volvió a ver. El reino fue conquistado por el conde y, a partir de entonces, los habitantes de Lanón tuvieron que vivir bajo el mandato de ese cruel personaje y con la pena de haber perdido a su pequeña princesa.

Cada vez que Dalia escuchaba a su abuela contar la historia se quedaba pensando en dónde podría estar la princesita, en qué grande era su desdicha para haberse perdido de esa manera y en si algún día volvería a aparecer para salvar Lanón con su inteligencia.

Los días transcurrían plácidos y alegres en la aldea de Dalia hasta que un día, llegó un mensajero de palacio requiriendo a diez muchachos y muchachas para servir al conde Oslar en un ambicioso viaje a lugares desconocidos mucho más allá de su reino.
Dalia se vio obligada a ir en contra de su voluntad junto con otros jóvenes de la aldea que se despedían de sus familias entre lágrimas y abrazos. Su abuela le estrechó fuerte las manos y le dijo dulcemente:

-No temas mi niña y disfruta del viaje. Quién sabe, quizás encuentres en él a la princesa perdida.

El viaje comenzó con una gran caravana de carruajes, lacayos, sirvientes y escuderos. Pero poco a poco, conforme se adentraban en los desolados páramos que separaban los reinos, muchos de los integrantes del convoy fueron desertando por miedo, cansancio o enfermedad.
Una noche fría y oscura el campamento en donde descansaban los pocos que seguían fue asaltado y el conde, apresado. Los que quedaron, se marcharon rápidamente buscando refugio. Dalia se encontró sola sin saber a dónde ir. Cogió unas pieles, un odre y algo de comida, desató un caballo de un carruaje y con la salida del sol, emprendió el camino de vuelta.

No tenía ninguna idea de dónde se encontraba pues a ella le parecían casi todos los paisajes iguales. Pronto empezó a sentir miedo de no saber volver a su casa y ese miedo pasó a ser terror por lo que pudiera encontrarse por el camino.
Con esa sensación de desamparo, se adentró con su montura en un bosque en busca de algún río o fuente para llenar su odre . Pronto escucho el sonido del agua en movimiento y, cuando se acercaba al lugar, escuchó unas risitas en lo alto de los árboles.

-¿Quién anda ahí?- preguntó Dalia asustada.

Las risas pararon de repente y se oyeron ruidos de hojas y ramas. De un árbol cercano descendían dos duendes enanos encaramados al tronco.

-Eh… Hola muchacha- dijo el más alto limpiándose los pantalones -se te ve perdida…
-La verdad es que sí. Por casualidad, ¿no sabréis dónde queda el reino de Lanón?- preguntó esperanzada Dalia.
-Pues no, muchacha. Pero nosotros sabemos dónde debe ir la gente perdida.
-¡Oh, sí, por favor! Decidme a dónde ir para que me ayuden a volver a casa.

Los dos duendes se miraron y el más bajo dijo:

-Tendrás que dejar tu caballo y tus cosas aquí.
-¡Pero estoy muy lejos de casa! ¿Cómo voy a emprender un viaje a pie sin comida ni abrigo?- les dijo Dalia enfadada.
-Esas son las normas, muchacha. Para emprender el viaje tendrás que empezar por deshacerte de las cargas.

Dalia soltó al caballo para dejarlo libre y se dispuso a seguir a los duendes. Caminaron por el bosque durante muchas horas. La muchacha estaba muy cansada y las piernas le temblaban. El sol iba bajando por el cielo hasta que se escondió detrás de las montañas. Las tripas de Dalia rugían con fuerza pidiéndole un bocado de cualquier cosa.
Cuando toda la luz había desaparecido y solo había estrellas en el cielo, los duendes pararon mirando a la chica.

-Bueno, muchacha, ya hemos llegado.

Dalia miró a su alrededor y sólo vio árboles y más árboles en la oscuridad. Si no fuera porque había caminado sin cesar, hubiera jurado que no se habían movido de su sitio. Confundida, miró a los duendes.

-Aquí no hay nada. ¿Estáis seguros?- les dijo.

Los duendes se miraron y rieron.

-Estamos segurísimos- dijeron mientras se alejaban.
-¡Eh! ¿A dónde vais? ¡Aquí no hay nada!- gritó Dalia.

Pero los duendes se marchaban sin volver la vista hacia ella.
Dalia sintió cómo le invadía la tristeza y salía por su boca en un fuerte sollozo. Se dejó caer de rodillas con la manos en la cara. Estaba cansada, hambrienta y aterida de frío. Los duendes la habían hecho caminar mucho sin motivo y, además, la habían abandonado a su suerte. Poco a poco le fue venciendo el cansancio y acabó recostada bajo un arbusto.
Los primeros rayos del sol y una suave caricia la despertaron. Al abrir los ojos vio a una preciosa flor que se agitaba con la brisa y rozaba su mejilla.

-No tengas miedo, Dalia- le dijo la flor.
-No sé volver a mí casa y unos duendes me han engañado diciéndome que me llevarían a un lugar donde me podían ayudar. ¿Cómo no voy a tener miedo?- contestó la chica abatida.
-No te han engañado, muchacha- dijo la flor sonriendo -te han traído al sitio exacto.
-¡Pero si aquí no hay nada! ¿Quién me va a ayudar?
-¿Seguro que no hay nada? Mira bien.

Dalia se incorporó y miró alrededor. Seguía viendo el bosque de antes con sus mismos árboles y sus mismas flores. A un lado, detrás del follaje, vio un destello. Apartó unas ramas y se encontró con un portalón de madera viejo y desvencijado. La madera estaba podrida por algunos sitios. Los clavos y la cerradura oxidados. A los lados se levantaba un alto muro de piedra que se perdía por el bosque. En la cerradura había una llave que brillaba bajo los rayos del sol que se colaban entre las ramas.

-¿Entro?- le preguntó Dalia a la flor.
-¿No crees que te mereces entrar después del viaje que has hecho hasta aquí?- fue la respuesta de la flor.
-Sí, creo que sí.

Y Dalia abrió la gran puerta. Detrás había un jardín muy cuidado. Flores de todos los colores y formas llenaban las orillas de los caminos y en los parterres, árboles con las frutas más apetecibles jamás vistas.
Dalia se tomó su tiempo para comer y beber en una fuente de piedra de la que brotaba agua cristalina. Una vez estuvo satisfecha, empezó a caminar por una senda rodeada de flores rojas. Era un paseo agradable que le hizo olvidar su mala suerte y disfrutar del calor del sol. Al final del camino, había un gran muro hecho de una piedra lisa y brillante. El sol le arrancaba destellos que lo hacían parecer un cielo estrellado. Siguió caminando cerca del muro hasta encontrar otra puerta. Esta era blanca y brillante, estaba hecha de marfil. Los bordes tenían dibujos de flores y ramas y a Dalia pensó que detrás debía haber algo muy bonito teniendo una entrada así.

Cuando intentó entrar, se dio cuenta que en esta cerradura no había ninguna llave y volvió a desanimarse. Estaba pensando dónde podría estar la llave de esa puerta cuando alguien Le habló.

-Hola Dalia. Te estaba esperando.

Dalia se quedó muy sorprendida al ver al mago blanco del que su abuela le había hablado alguna vez cuando le contaba historias a la luz del fuego. El mago era grande y fuerte. Su manto era blanco como la nieve. Igual que su pelo y su barba. Llevaba en un hombro una garza enorme que parecía estar muy cómoda allí.

-Hola mago, ¿podrías ayudarme? Estoy perdida y quiero volver a mí casa.
-Por supuesto, Dalia. Para eso estoy aquí. Para ayudarte a cruzar la puerta de marfil- contestó el mago acercándose a ella -La llave no está muy lejos. Pero todavía no la puedes ver.
-¿Y qué debo hacer para encontrarla?- preguntó Dalia.
-Para poder ver, a veces, hay que apartar las cosas que tapan.

Dalia miró a su alrededor y no vio nada que le llamara la atención. El jardín, la puerta y el muro seguían en su sitio. Siguió observando y reparó en un trozo de pared del la que colgaba una frondosa hiedra. Se acercó decidida y, apartando una gran cantidad de ramas y hojas, llegó hasta una llave colgada en el muro.
Inmediatamente metió la llave en la puerta de marfil y esta no solo encajaba sino que la puerta empezó a ceder.

-Eres muy inteligente, Dalia. Ya tienes tu puerta abierta. Lo que aguarda detrás te asustará pero no debe frenar tus pasos ni parar tu búsqueda. Buena suerte, muchacha- y así, el mago se marchó por un pequeño bosquecillo.

Dalia acabó de abrir la puerta y vio otro jardín. Esta vez era mucho más pequeño pero era casi más bonito que el que había dejado atrás. Más allá había una puerta abierta y solo se veía oscuridad. Avanzó hasta estar delante de la puerta y respiró hondo. Sentía miedo, pero estaba decidida a hacer lo posible por volver a su casa.

Se adentró en la oscuridad y, cuando sus ojos se acostumbraron a la falta de luz, pudo ver una gran habitación sin ventanas ni muebles. Solo había una gran montaña en medio de la estancia y detrás, unas escaleras que subían a otra puerta. Se escuchaba una respiración y olía a fuego a humo y a cenizas. La montaña subía y bajaba con cada respiración. Dalia sabía que debía llegar a la puerta del final de las escaleras, pero no quería despertar a esa mole, fuera lo que fuera.
Solo había dado un paso cuando la cabeza de la bestia se levantó lentamente y se abrieron dos ojos amarillos tan grandes como soles. Era un dragón. Miró a Dalia interrogante y acercó su descomunal cabeza para olfatear a la chica. Esta se quedó paralizada del miedo que la invadió. Cuando reaccionó, echó a correr por un lado con la intención de llegar a las escaleras. No había corrido ni dos metros cuando un muro de fuego apareció delante de ella. Tuvo que frenar en seco y apartarse rápidamente para no quemarse. Intentó lo mismo por el otro costado con el mismo resultado.
Abatida y triste, volvió a la entrada de la habitación. Se apoyó en la pared y resbaló hasta quedar hecha un ovillo en el suelo. Estaba cansada, hambrienta y tenía miedo. Pero lo que más le dolía era sentirse cerca de su casa y no poder continuar.
Cuando Dalia empezó a llorar, el dragón acercó su cabeza y la olfateó. La chica levantó la vista y se encontró con dos agujeros negros humantes y profundos como dos pozos.

-¿Por qué no me dejas pasar? Estoy cerca de llegar a mi casa, de reencontrarme con los míos pero tú me pones barreras de fuego para impedírmelo- sollozó la muchacha.

El dragón giró la cabeza intentando entender.

-No sabes lo que es sentirte perdido, ¿verdad? Si lo supieras, me dejarías pasar- dijo enfadada Dalia.

Entonces, el dragón habló:

-Yo solo protejo el tesoro.
-¿Qué tesoro, dragón?- preguntó interesada la muchacha.
-El de ahí arriba.
-Pero yo tengo que llegar. Tengo que volver a casa- le apremió Dalia.

El dragón parecía pensativo. Giró su enorme cabeza hacia las escaleras y la puerta.

-¿Y cómo sabes que por allí volverás?- preguntó indeciso.
-Estoy segura. Y cuanto más tardes en dejarme pasar, más tarde llegaré.

La seguridad de Dalia a la hora de querer volver a casa sorprendió al dragón, que dio la vuelta con su enorme cuerpo y volvió a recostarse en el centro de la habitación.

Dalia sintió una nueva fuerza que la impulsaba a caminar hasta las escaleras. Musitó un gracias al dragón y se dirigió a las escaleras. El dragón siguió en su sitio sin impedirle el paso a la chica.

Cuando Dalia hubo llegado arriba, se encontró con que la puerta que había visto desde abajo estaba entornada. La empujó y vió una nueva habitación muy pequeña. En el centro había una mesa con una caja con piedras incrustadas. La fuerza que la había acompañado para desafiar al dragón y subir las escalera era ahora más intensa. Sabía que tenía que abrir la caja aunque se preguntaba qué habría allí dentro. ¿Otra llave? ¿Un mapa para llegar a casa?

Cuando Dalia abrió la caja, encontró un precioso espejo de mano dorado. Al levantarlo y verse reflejada, lo entendió todo. En el espejo veía a una chica cansada tras un largo viaje. Pero su mismo reflejo le hizo recordar a una niñita pequeña que se había perdido huyendo de su desdicha.

Y así es como Dalia supo que la princesita perdida era ella misma.

Recordó cómo quiso marcharse del palacio vacío sin sus padres, cómo temió a ese malvado conde que arruinó su reino, cómo se perdió en el bosque, perdiendo todos sus recuerdos también. Cómo la abuelita la acogió, la cuidó y le regaló una nueva vida.
Y en ese punto, Dalia sonrió. Sonrió porque había encontrado a la princesa perdida, porque tenía la certeza de saber volver a casa y porque ahora, con el conde Oslar desaparecido, ella volvería a su reino para gobernarlo con inteligencia y darles a todos sus habitantes lo que era suyo.

Con esa alegría y seguridad, Dalia volvió sobre sus pasos y desde lo alto de las escaleras encontró al dragón esperándola.

-Ya has encontrado el camino ¿verdad? Vamos, te llevaré a casa.

Y Dalia subió a lomos del dragón guardián y se dejó llevar a casa.