dimecres, 21 de novembre del 2018

PASTELES

Adaptación del cuento "Dedo cortado" de Saturnino Calleja:

PASTELES

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Alisa y Guillermo jugaban en el jardín del abuelo Ernesto mientras esperaban a que
estuviera la comida a punto. El timbre sonó y el abuelo salió de la cocina secándose
las manos con un paño.

-¿Quién es, abuelo?- preguntó Alisa parando de jugar.

-Pues no lo sé… no esperamos a nadie- contestó el abuelo mientras se acercaba a la
puerta.

Cuando abrió, se encontró con un mensajero sujetando un paquete enorme.

-Buenos días- dijo el mensajero -¿Vive aquí Vicente Hermoso?

-Oh, sí, seguro. Es mi hijo- dijo el abuelo mientras intentaba recoger aquella caja
enorme.

Cuando el mensajero se fue, el abuelo se llevó el paquete al salón. Alisa y Guillermo le
seguían muy curiosos.

-Abuelo, ¿qué es eso?- dijo Guillermo sin apartar la vista de la caja.

-Ay, hijo, ni idea. Es para el tío Vicente.

-Pero ábrelo, ¡abuelo!- le dijo Alisa.

-¡No! Para nada. Eso no se hace. El paquete no es nuestro y no lo abrimos por muchas
ganas que tengamos de saber qué es- zanjó el abuelo.

Alisa y Guillermo volvieron a salir al jardín pero pronto se aburrieron de jugar todo el
rato a lo mismo. No paraban de pensar en la caja gigante que había en el salón.

-¿Qué tal si vamos y la abrimos solo un poquito?- propuso Guillermo.

-Ay Guillermo, ya has oído al abuelo… Eso no debe hacerse...- contestó Alisa
preocupada -Además, si la abrimos, se va a notar un montón.

-No, tonta, que después lo volvemos a pegar con celo.

Alisa se convenció y siguió a su hermano hasta el salón en donde estaba el paquete.
El abuelo, que lo había escuchado todo desde la ventana de la cocina, les dijo:

-Alisa y Guillermo, venid aquí un momento antes de abrir cualquier caja o de hacer
cualquier tontería.

Alisa y Guillermo sintieron mucha vergüenza porque los hubieran descubierto y se
acercaron hacia el abuelo con la cabeza gacha.

-Os voy a contar una historia de cuando yo era pequeño- dijo el abuelo.

-¡Qué bien, abuelo!- respondieron ilusionados Guillermo y Alisa.

-En la calle en donde yo vivía de pequeño, estaba la pastelería más famosa de toda la
ciudad. Se llamaba “Pastelería Golón” y en ella se preparaban los pasteles más
deliciosos del mundo mundial. Yo ayudaba por las mañanas al señor Golón a cargar y
descargar sacos de harina de su furgoneta. La aparcaba enfrente de la puerta
trasera del local, que daba a la cocina. Me daba unos céntimos que me valían para
comprarme algún capricho de vez en cuando. Ahora bien, el señor Golón era
bastante rácano, no regalaba nada suyo. Nunca me daba ni un céntimo de más, ni si
quiera se le ocurría darme los pasteles que sobraban al acabar la semana. Él sabía
que yo no podía comprar sus pasteles porque mi familia no tenía apenas dinero y,
aún así, jamás me ofreció comer uno. Siempre los tenía en los refrigeradores, bien
fresquitos y bien lejos de manos que quisieran cogerlos.
Hubo un verano en el que había ratas a montones. Hasta en mi casa, que estaba en
un tercer piso, habían aparecido.
En la pastelería vimos una rondando los bancos de la cocina y el señor Golón se
enfadó tanto que cerró la pastelería unos días para desinfectar toda la cocina con
unos señores que venían vestidos con trajes especiales. Estos señores le dieron
instrucciones sobre cómo prepararlo todo para que no entraran las ratas y qué
trampas eran mejores.
Al lunes siguiente, cuando aparecí por la cocina para ayudar al Sr. Golón, me dijo que
tenía que ir a por papel de envolver, que me abría la furgoneta y empezaba a
descargar sin él.
Yo me enfadé un poco por tener que cargar con todo el peso solo, pero no se lo dije
al Sr. Golón porque no quería que pensara que era un desagradecido.
Pero todo mi enfado desapareció en cuanto entré a la cocina y vi una bandeja de
pasteles deliciosos. Brillaban con su gelatina, olían a kilos de azúcar, tenían
merengue, bizcocho, cerezas, crema, almendras, nueces… Oh… qué maravilla de
bandeja de pasteles. Imaginaros cómo me sentía yo, solo en la cocina de la pastelería,
con esos pasteles delante… Jamás había tenido los pasteles del Señor Golón tan a
mano. La verdad es que no me costó mucho decidirme a coger uno y comérmelo.
Pensé que si volvía a colocar de nuevo el resto de pasteles, podía disimular el hueco
en la bandeja.
Así es que lo disfruté como creo que jamás he disfrutada ninguna otra comida. Lo
paladeé, salivé, cerré los ojos y sentí como mi boca se llenaba de sabores dulces y
deliciosos.
El señor Golón volvió enseguida. Yo todavía estaba limpiándome la boca del
merengue del pastel.

-¡Pero bueno! ¿Todavía no has descargado nada? ¡Serás vago!- dijo refunfuñando.

Fue entonces cuando empecé a encontrarme mal. Pensaba que me sentía así por
escuchar al señor Golón hablarme de esa forma, pero se me estaba hinchando la
garganta y tenía un fuerte dolor de barriga. Estaba asustado.
Cuando paré de ayudar al señor Golón me fui a casa muy enfermo. Por el camino
pensaba si no sería un castigo por haber robado un pastel. Cuando llegué a casa, mi
madre me vió tan mal, que me llevaron de inmediato al médico. Estuve dos noches y
tres días ingresado en el hospital.

-Pero abuelo, ¿qué te pasaba?- dijo Alisa muy atenta.

-Pues me pasaba que había hecho algo que no debía hacer. Los pasteles tenían
veneno para las ratas.

-¡Oh!- exclamaron los dos hermanos a la vez.

-Sí. El señor Golón había aprovechado unos pasteles pasados para meterles dentro
veneno y engañar a las ratas.

-Vaya, abuelo… ¿Tardaste mucho en recuperarte?- le preguntó Guillermo preocupado.

-Pues no, porque tuve mucha suerte. Pero podría haber sido mucho peor. Así es que
ya sabéis, las cosas que no son vuestras no se tocan. Yo nunca jamás en toda mi vida
he vuelto a hacer algo parecido sin antes preguntar. Tengo muy mal recuerdo y no
quiero volver a vivir lo mismo.

Más tarde llegó el tío Vicente a casa y Alisa y Guillermo le siguieron hasta el salón con
muchas ganas de saber qué había en el paquete. El tío lo abrió allí con ellos y les
enseñó un super robot a piezas que se había comprado para construir.

Lorena A. Martí

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