dilluns, 13 d’agost del 2018

Evocaciones I

Sacar las pequeñas instantáneas de un sobre olvidado me hizo retroceder a aquel día de un diciembre difícil en el que mi pareja, nuestra hija, mil ilusiones y yo esperábamos pacientemente en la planta de maternidad del hospital de Manises. Cuando nos tocó el turno, entramos en la consulta y saludamos a la ginecóloga y a la enfermera. Después de quitarme la ropa y ponerme el camisón, me acomodé en la camilla  con la sonrisa todavía viva. Recuerdo mirar a mi hija y hacerle gestos de ilusión. Era la primera ecografia de su hermano o hermana a la que venía. No la habíamos traído antes por miedo a que la cosa no saliera bien, pero ahora ya podía venir. Ya no podía salir nada mal. Recuerdo el gel frío en mi vientre y el roce suave del ecografo. No podía ver la pantalla y me moría de ganas. La ginecóloga frunció el ceño y a mi pareja, cogiendo la mano de nuestra hija mayor, le cambió el semblante. No me miraba, pero yo entendí que dejaba marchar las ilusiones que nos habíamos traído. La ginecóloga negó con la cabeza, seguía estudiando la pantalla que yo no podía ver. Me impacienté y quise corroborar rápidamente que todo iba bien, porque todo iba a ir bien, ¿verdad?. “¿Está bien?” Le pregunté a la doctora. Ella empezó a negar de nuevo con la cabeza. “No. No hay flujo sanguíneo. No hay latido” me dijo. ¡Ay, nuestra ilusión! Una explosión caliente me recorrió el cuerpo de abajo a arriba, concentrándose en mi vientre, mi pecho y mi cabeza. Mientras iba asimilando el vacío, iba sintiendo las ganas de llorar, de gritarle “¡No, mentira! Te has equivocado. ¡Ese ecógrafo no va bien!”. Pero reparé en mi niña, que estaba allí esperando que alguien le explicara a qué se debía la tensión que asfixiaba el ambiente y solo acerté a sonreírle y decir “oh, ¡qué pena!”. Salimos de la consulta con unas pastillas abortivas, aguantando las ganas de llorar y con muchas ilusiones muertas en mi vientre.

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