divendres, 2 de novembre del 2018

Cuento "¿Puedo ayudarte?"



En un bosque no muy lejos de aquí, lleno de árboles de los que hacen cosquillas a las nubes, vivía una ardilla común y corriente que hacía cosas que cualquier ardilla haría. Su nido estaba en la rama de un viejo y destartalado abeto. A finales de verano, empezaba a recolectar alimentos y los amontonaba allí dentro de su casa. Guardaba piñones, bellotas, nueces y semillas. Y así, cuando llegaban las grandes nevadas del invierno, podía quedarse tranquila en su nido sin apenas pasar frío.
Un día, a finales de otoño, la ardilla jugaba entre las ramas de su abeto cuando escuchó un lamento:
- ¡Ay, mis pequeños! ¡Se me ha echado el tiempo encima!
La ardilla estiró sus orejas y su cola esponjosa se puso alerta. En un árbol cercano había un ratón lamentándose mientras sacaba piñones de una piña.
- ¿Qué ocurre, amigo? -preguntó la ardilla.
- ¡Ay, amiga!, me he pasado el otoño criando a mis ratoncitos y ¡no he recolectado apenas nada! -sollozó el ratón atareado.
A la ardilla le dio mucha pena pensar que a los pequeños les pudiera faltar comida cuando llegara la nieve. Así que le dijo:
- No te preocupes, Ratón. Yo te ayudaré a llevar mis nueces a tu casa.
- ¿De verdad, Ardilla? ¡Ay, qué alegría! ¡No sabes cuánto te lo agradecemos!
La ardilla y el ratón transportaron todas las nueces que la ardilla había recolectado hasta la madriguera del ratón, donde cinco ratoncillos asustados le miraban con curiosidad.
Al volver a su viejo abeto, un búho que estaba posado sobre una rama cercana, le dijo:
- Esto no te va a salir bien... ¿Te has parado a pensar en lo que has hecho?
- Por supuesto. -contestó muy segura la ardilla.
Y volvió a su casa pensando en lo orgullosa que estaba de sí misma por lo bien que había actuado.
Pasados unos días, mientras la ardilla se balanceaba colgada de una pequeña rama, escucho que alguien la llamaba:
- ¡Eh, Ardilla!
La ardilla se incorporó rápidamente y vió que un jabalí malherido la llamaba a los pies de su árbol.
- ¿Qué te ha pasado, jabalí?
- He tenido muy mala suerte, amiga. Un cepo me ha atrapado la pata y me ha costado mucho sacarla de ahí. Me duele mucho y apenas puedo caminar… -se lamentó.
- ¿Y cómo puedo ayudarte, amigo? -le dijo la ardilla.
- Bueno, si me consiguieras algo de comida… Me he pasado dos días atrapado y no tengo ánimos para buscar alimento.
La ardilla pensó lo horrible que sería estar dos días atrapada sin poder comer nada. Así que le dijo:
- No te preocupes, yo te daré de comer.
Y acto seguido, bajo la atenta mirada del búho vecino, la ardilla se dispuso a sacar todas sus bellotas del nido. El jabalí dio buena cuenta del manjar y, cuando terminó, le agradeció el gesto a la ardilla:
- Muchas gracias, Ardilla. Me encuentro mucho mejor. Ahora intentaré llegar a mi madriguera y descansar.
- ¡Mucha suerte, Jabalí! -le contestó la ardilla.
Cuando volvía hacia el viejo abeto, el búho vecino le dijo:
- Esto no te va a salir bien... ¿Te has parado a pensar en lo que has hecho?
- Eh… sí. -contestó dubitativa la ardilla.
Y mientras trepaba el tronco de su árbol pensó que estaba bien lo que había hecho, pero quizás no estaba pensando demasiado en ella misma.
Al día siguiente, cuando la ardilla volvía de beber en un río cercano, encontró una abubilla dando traspiés en el suelo y con la cresta abierta en señal de alarma.
- Abubilla, ¿Estás bien? -le preguntó la ardilla acercándose despacio.
- ¡¿Eh?! -contestó la abubilla dando un brinco y mirando alrededor - ¿Quién eres?
- Soy Ardilla. ¿Necesitas ayuda?
- Eh… pues… sí. La verdad es que sí -contestó la abubilla relajándose un poco -No veo casi nada desde hace unas horas. Estaba picoteando una planta y de repente algo se me ha metido en los ojos. No puedo buscar alimento y mucho menos volar. Tendré que refugiarme bajo algún arbusto.
La ardilla se imaginó en una situación así y pensó lo mucho que le gustaría que alguien la ayudará. Así que le dijo:
- Tranquila Abubilla, ahora te traeré unas semillas. ¿Te gustan?
- ¡Oh, ardilla! ¡Qué amable eres! Claro que sí. Las semillas me valdrán para comer mientras me recupero.
Y así, la ardilla fue haciendo viajes desde su nido hasta la abubilla para llevarle todas las semillas que había guardado, bajo la mirada juiciosa del búho vecino.
Cuando se hubo asegurado de que la abubilla tenía un buen refugio para pasar su recuperación, volvió al viejo abeto.
El búho vecino le dijo:
- Esto no te va a salir bien... ¿Te has parado a pensar en lo que has hecho?  
- Bueno… la verdad es que no lo sé. -dijo la ardilla un poco triste.
Mientras entraba en su càlido nido creyó, definitivamente, que no había pensado en ella misma y se había quedado sin apenas comida.
El invierno llegó fuerte con su frío de témpano, sus tempestades silbando y su océano de nieve blanca. El pequeño montón de comida de la ardilla fue haciéndose más chiquito conforme más días fríos llegaban. En ocasiones se lamentaba porque veía que sus reservas de alimento no llegarían al inicio de la primavera y se ponía triste pensando que había sido un poco tonta por donar casi toda su comida.
Los días que el sol daba una tregua y calentaba un ratito, la ardilla salía, comía algunos frutos y volvía con otros pocos por si al día siguiente no podía salir.
Cuando llegó la primera gran tempestad, la ardilla se escondió en su nido y no salió mientras estuvo nevando.
La mañana del tercer día de su encierro, la ardilla despertó sintiendo su nido muy calentito. ¡Había salido el sol! Se incorporó de un salto y oyó un fuerte crujido. Su cola pomposa se enderezó y sus orejas se pusieron alerta.
- “¿Qué habrá sido eso?” -pensó.
Y con toda la curiosidad del mundo, salió de su casa en la rama del viejo abeto. Un denso manto de nieve cubría todo cuanto alcanzaba a ver y la rama en donde estaba su nido tenía tanta nieve que estaba inclinada hacia el suelo aguantando a duras penas.
La ardilla, pensando que tanto peso no podía ser bueno para un árbol tan viejecito, empezó a escarbar en la nieve posada en la rama y a echarla al suelo.
Pero tanto movimiento no hizo más que empeorar el problema y, tras otro fuerte crujido que resonó por todo el bosque, la rama acabó por partirse del todo y empezó a caer a la vez que la ardilla saltaba a otra rama, salvándose por los pelos.
El nido quedó aplastado y deshecho y la ardilla, que seguía asustada y alerta, empezó a comprender todo lo que aquello suponía.
- ¡Mi casa! - gritó la ardilla al bosque silencioso -¡he perdido mi casa!
Bajó todo lo rápido que pudo y empezó a corretear y escarbar alrededor de la rama caída.
- ¡Mi casa! -sollozaba.
Por el agujero de un árbol cercano, asomaron los ojos grandes del búho vecino y, rápidamente, volvieron a esconderse.
La ardilla estuvo llorando un buen rato junto a la rama hasta que paró al oír crujidos en la nieve.
- ¿Quién anda ahí? -dijo asustada.
Por detrás de un arbusto blanco asomaron seis cabecitas pardas. Eran el ratón y sus cinco hijos.
- ¿Qué pasa amiga? Te hemos oído gritar -le dijo el ratón.
- ¡Mi nido, Ratón! ¡He perdido mi nido! -volvió a sollozar la ardilla.
El ratón y sus cinco hijos, que ya estaban muy mayores, se miraron unos a otros. El ratón, asintió con firmeza y se dirigió a la ardilla:
- No te preocupes, amiga. Ahora mismo te ayudamos a construir un nuevo nido.
- ¿De verdad? -dijo la ardilla agradecida.
- ¡Por supuesto! -contestaron los seis ratones a la vez.
Y así, los ratones y la ardilla empezaron a seleccionar las mejores ramitas y las fueron montando en la rama de un nuevo árbol más joven y fuerte. El sol se iba poniendo y el frío empezaba a hacerse notar. La ardilla empezó a desanimarse pensando que no tendría su casa preparada para la noche.
Pero entonces, se oyó un batir de alas y apareció la abubilla posándose en la nueva rama junto a la ardilla.
- ¿Qué hacéis, amiga? El sol se está poniendo y es hora de esconderse.
- ¡Hola Abubilla! estamos construyendo un nuevo nido para mí. Mi antigua casa quedó destrozada -dijo la ardilla con la cabeza gacha.
- ¡Oh, qué pena! Tranquila, yo os puedo ayudar. Se me da muy bien construir nidos. -le aseguró.
- ¡Qué bien! ¡Muchas gracias, abubilla!
Y la amiga voladora se unió a los trabajadores buscando ramas y llevándolas a lo alto del nuevo árbol.
Cuando cayó la noche y el viento helado empezó a silbar. Los ratones y la abubilla se despidieron de la ardilla deseándole mucha suerte en su nuevo hogar.
La ardilla se sentía muy cansada y hambrienta después de tanto esfuerzo y tantas emociones. Pero cayó en la cuenta de que no tenía comida en su nueva casa. Y allí sola, a las puertas de su nuevo hogar, empezó a sollozar de nuevo.
En esos momentos pasaba por allí el jabalí que había empezado su paseo nocturno. Alzó su enorme cabeza y dijo:
- Ardilla ¿qué te pasa?
- Oh, amigo, pues que estoy hambrienta y no tengo qué comer. Hoy he perdido mi casa y, con ella, el poco alimento que me quedaba. -le explicó la ardilla.
- No te preocupes. Ahora mismo recogemos comida antes de que haga más frío.
- Pero ¿qué vamos a recoger ahora si está todo oscuro y nevado? -se quejó la ardilla.
- Mira, ahí hay un nogal al que le quedan algunas nueces maduras. Espera y verás. -le contestó el jabalí mientras se alejaba hacia el nogal.
El grandullón clavó sus grandes patas en la nieve y, tomando impulso, empezó a correr hacia el árbol. Cuando llegó a sus pies, aterrizó con todas sus fuerzas contra el tronco haciéndolo temblar levemente, pero lo suficiente como para que la últimas nueces que quedaban, cayesen al suelo.
- ¡Bien! ¡Bravo! -celebró la ardilla.
Ella y el jabalí recogieron todas las nueces que pudieron y la ardilla las subió a su nido en tiempo récord.
El jabalí se despidió de la ardilla deseándole lo mejor.
La ardilla trepó a su nuevo hogar, bien calentito y mullido, resistente y seguro y lleno de tantas nueces que no haría falta salir en una buena temporada.
Antes de entrar, reparó en dos inmensos ojos que le escrutaban en la oscuridad. El búho vecino le miraba fijamente, pero en esta ocasión no dijo nada.
Esta vez, la ardilla tenía clarísimo que había hecho las cosas bien.
El vecino la siguió con la mirada hasta que ella desapareció dentro de su nido. Y mientras miraba a la luna de hielo, el búho pensó:
- “Pues parece que no le ha salido tan mal.”

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